Podríamos
hablar de cómo nació la televisión, de Paul Nipkow y de su invención, en 1884 del
Disco de Nipkow, del iconoscopio o de las primeras emisiones públicas realizadas por la BBC en Inglaterra en 1927 o en Estados Unidos en 1930 en la CBS y la NBC. Pero no, hablemos de actualidad, hablemos de la
relación amor-odio que en ocasiones mantenemos con nuestra querida “caja
tonta”.
Poniéndonos
en contexto, la televisión es el medio de comunicación que tiene, todavía hoy,
un problema de legitimación mucho mayor que cualquier otro medio y es despreciado
por mucha gente. Esto es debido a su aparición tras la II Guerra Mundial, cuando
por primera vez se han creado armas de destrucción masiva, por lo que se relaciona en
parte la tecnología con las armas de destrucción. Si analizamos la televisión,
vemos que ésta nos permite crear diferentes identidades y estereotipos dentro
de la sociedad, en la que nos desenvolvemos según un contexto u otro. Así es la televisión: juega con identidades, géneros y formatos. A pesar de ello, la pequeña pantalla siempre ha gozado de una
gran importancia dentro del ámbito tanto familiar como personal, ya que la gente se sentaba a su
alrededor para compartir las vivencias matutinas, y aunque en los últimos años está siendo en parte sustituida por las nuevas tecnologías... ¿cuál es la causa del
menosprecio de este medio?
No debemos
olvidar formatos televisivos como Gran Hermano o el reciente Adán y Eva de Cuatro, estrenado este año y tan presente en las voces críticas, que cada vez ponen más en entredicho la calidad
programática televisiva. No son pocos los que ponen en duda el nivel intelectual de sus creadores,
sin embargo, y ante nuestro asombro, gozan de gran éxito entre el público más
joven. Podemos pensar que éstos casos ayudan a mantener “la mala fama” del
televisor, aunque está claro que no todos los formatos son así. Recapacitando
un poco, nunca se ha oído el término “radiobasura” o “cinebasura”, en cambio
telebasura sí, y hoy, pasados casi 80 años de su invención, sigue
teniendo connotaciones negativas que debemos olvidar. Podemos fácilmente
despreciar la televisión, y esto es una de las ideas que más nos atrae de ella, la relación amor-odio.
A veces criticamos su contenido, en cambio otras nos encanta y pasamos horas
delante de ella. También podemos culparla de la falta de cultura
en general a causa de estos formatos que cuestionan el rol y la jerarquía de la
pequeña pantalla. Nosotros,
como espectadores y consumidores deberíamos ser capaces y conscientes de
identificar aquellas carencias de lo que consumimos y de su calidad,
aunque sigamos consumiéndolo, pero ante todo, no podemos juzgar.
Normalmente pensamos que la televisión desprecia a otro tipo de televidentes y no a lo que nosotros consumimos, sin embargo, en ocasiones incluso nos despreciamos a nosotros mismos para no sentirnos desplazados. No obstante, el cinismo cada vez aumenta más y somos capaces de dejarnos llevar por lo que dice la gente, llegando a lo que llamamos “espiral del silencio”. Con esto me refiero a que llegamos a veces a despreciarnos a nosotros mismos a través de la televisión porque ciertas personas lo hagan, o incluso ver ciertos programas/series porque están de moda y en boca de todos. Hay personas que pueden utilizar la televisión como instrumento para volcar las propias frustraciones, y en cambio para otras puede ser un reflejo de lo que nos llena interiormente. Pero lo indudable es que cada uno ha de saber sus gustos e intereses y no dejarse influir demasiado, pero conociendo siempre, como ya hemos dicho, las carencias de aquello que consumimos como telespectadores, pues el objetivo principal de numerosos formatos actuales es entretener y ganar dinero. Por eso es importante saber clasificar la oferta programática y preguntarnos ¿lo que veo me llena como espectador, o solo me entretiene? Pues, nos guste o no, la televisión es el reflejo en el que se denota toda nuestra derrota cultura.
Entrada publicada por: Patricia García Prieto.
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